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Paciencia mucha, esperanza solo en uno mismo y confianza en la vida también
"La obsesión por afirmar su poder, con su correlato, la voluntad de destruir al adversario, nos conduce a un designio fascista, de absoluta originalidad"
Opinion05 de febrero de 2025 Antonio Elorza¿De donde venimos y adónde vamos? Para elaborar un pronóstico de alguna fiabilidad, tendríamos que conocer con precisión el punto de partida, cual es la situación actual de España, y lo cierto es que la misma no encaja en ninguna de las clasificaciones que circulan por los manuales de ciencia política.
Si queremos entender la configuración del poder en la España de hoy, antes vale la pena aprovechar que estamos en el centenario del surrealismo. Lo mejor será acudir a la imagen de la espléndida premonición de la guerra civil española por Salvador Dalí, de enero del 36 y que conserva el Museo de Filadelfia: un monstruo amenazador, dominando la escena en un mal sueño.
En apariencia, todo está claro. España es una democracia representativa que funciona con regularidad, celebra elecciones con notable frecuencia, hay un fuerte Ejecutivo con la garantía del canciller alemán y, como jefe de Estado, un rey que va haciendo olvidar los malos sabores que nos dejaron sus antepasados hasta 1931.
El Estado de derecho se encuentra firmemente asentado, en el plano formal. La economía progresa, permitiendo la superación de las tensiones sociales que siguieron a la crisis de 2008.
La realidad política es bien diferente. El Ejecutivo ha decidido invadir las competencias de los otros dos poderes, sometiéndolos sin respetar los límites establecidos por la normativa en vigor.
Ha subordinado todo a un instinto de supervivencia, convertido en propósito de perpetuación, y para atender a ese fin, subvierte las relaciones políticas al uso en las democracias. Instaura un estado de guerra imaginaria permanente contra la oposición, excluyéndola de hecho del espacio político, para buscar apoyo en las fuerzas que tienen por objetivo acabar con el orden constitucional vigente.
Es así como Puigdemont, cuyo propósito era y es la destrucción del Estado constitucional acaba siendo el verdadero legislador. La humillación no puede ser mayor.
En España, por obra y gracia de Pedro Sánchez, acaba de inaugurarse una nueva forma de gobierno: la extrademocracia, un sistema democrático dirigido con mando a distancia desde el exterior por su principal enemigo. La democracia no es suprimida, pero sí vaciada de sus contenidos, tanto en el plano simbólico como para la adopción regular de las decisiones.
El resorte que mueve la actuación política de Pedro Sánchez no ofrece dudas. Se ha empeñado en perpetuar a toda costa su poder, maximizando su alcance, y se cree autorizado para ejercerlo sobre las demás instancias del Estado, mandar sobre los jueces… y hacer aprobar leyes en que como en una olla podrida todo cabe.
Las normas elementales de la racionalidad, en cualquier actividad, son ignoradas. De ser sacerdote, condicionaría una celebración de matrimonio a que los novios le pagasen unas vacaciones al conserje, proporcionándole así «escudo social».
Bajo las formas democráticas, el discurso de Sánchez y sus corifeos, tiende siempre a expresar una concepción apocalíptica, de eterna lucha entre el Bien y el Mal, aquí y ahora entre el Progreso y la Reacción, donde a él le toca de arcángel San Miguel, paladín del primero, y a la oposición, de diablo a sus pies. Ridículo, degradante, pero quizás eficaz. La cosa viene en línea directa del fascismo, vía Fidel, y allí ha funcionado.
La vida política deja de consistir en una combinatoria de conflicto y convivencia, entre seres humanos, para saltar al plano escatológico, en el cual nuestro presidente asume el deber de construir una barrera que proteja para siempre a los españoles del asalto del Mal.
Su dimensión, como en el muro contra la inmigración mexicana de Trump, es doble: física y simbólica. Los reaccionarios carecen de existencia como sujetos políticos; solo reciben una identidad a efectos de ilustrar la personificación del mal. Lo que digan o propongan, nunca se comenta: se descalifica. Como en nuestra vieja dictadura con Franco, la función del presidente es soteriológica, de salvación de una sociedad, superando el dolor que le provocan los ataques de los malvados, tal y como puso de manifiesto en abril de 2024, con sus días de reflexión.
La recompensa a tan alta misión se sitúa en el mismo nivel superior, de manera que, partiendo del vacío cultural y político que caracteriza a su personalidad, su propósito es elevarse hacia lo absoluto, ejerciendo un poder omnicomprensivo, justo porque nace del vacío y carece de objetivos concretos.
Y como sucede con sus colegas de distinto signo y dimensiones, de Erdogan a Mao, de ahí se deduce una vocación de eternidad, evidente en Sánchez por sus reiteradas y desafiantes alusiones al objetivo de superar los límites temporales establecidos por la duración de la legislatura. El «más allá de 2027» se le escapa una y otra vez.
La historia, suele decirse, se repite como caricatura, y en este caso estaríamos ante la pretensión de una inmortalidad simbólica, correspondiente a una personalidad excepcional, que tanto en Mao como en su epígono Pedro Sánchez estaría probada por la capacidad de sobrevivir a los ataques recibidos, en Mao, de resistir en Sánchez. Con análoga voluntad de aplastar a sus rivales, por supuesto políticamente en Sánchez. La guerra civil, convenientemente resucitada contra el PP, no tiene otro objeto.
Lo que está claro, de cara al futuro, es el diseño estratégico de Pedro Sánchez. El hombre es muy previsible, como se ha visto en el caso Muface y en el decreto ómnibus: está dispuesto siempre a subordinar los intereses que cree generales a los de su persona.
En buen discípulo de Simeone, hace de cada partido una guerra a muerte en defensa propia. Solo necesita que persista la bonanza económica para hacer digerible el privilegio económico otorgado a Cataluña, y entre tanto reforzará el control del Estado sobre los intereses económicos privados, al modo de lo ejecutado con Telefónica, poniendo en marcha un singular capitalismo estatal de especulación, y generando una «tecnocasta» apta para la corrupción (J.L. Cebrián).
Al mismo tiempo, con reformas avaladas por el TC de Conde-Pumpido, pasaremos del Estado de las autonomías a un Estado confederal asimétrico, con dos sub-Estados, Cataluña y Euskadi, listos para separarse si lo juzgan necesario, aunque la existencia de la UE lo desaconseje a medio plazo por razones económicas. A cambio, aseguran a nuestro Esaú mucho más que un plato de lentejas: la seguridad en su status de autócrata, ya que no la capacidad de gobernar con normalidad.
En la batalla decisiva para salvaguardar la democracia, la judicial, con las nuevas leyes Sánchez podrá vencer, desde el TC, y también acallar a los medios más estridentes. Mientras no haya crisis económica, reafirmará su condición de Salvador de España para la causa del Progreso.
Lo que ya puede resultarle más difícil, aunque se dirige en línea directa hacia ello, es ver realizado plenamente, más que su sueño, su profundo deseo -citemos a su fan Almodóvar – de un Estado donde todo gire en torno a su persona y no haya adversario posible.
Lo vemos en la batalla por SU fiscal general, que no es defensiva, sino de movilización general de los medios jurídicos del Estado contra un juez del Supremo. Como Berlusconi en El caimán, el film de Nanni Moretti, no duda en volar simbólicamente el Palacio de Justicia, en someter a su plena voluntad la autonomía judicial.
El objetivo de Pedro Sánchez es un Estado petrocéntrico. («Sanchismo» nada dice, al caudillo se le llama por su nombre). Y en esta línea, al avanzar en su trayectoria política, cada vez que tropieza con un obstáculo -ley de Amnistía, presión judicial sobre su entorno-, da un paso más en la radicalización de su autocracia y en su agresividad contra la oposición.
El odio es un móvil cada vez más presente en sus acciones. Su objetivo deviene obsesión: acabar con Isabel Díaz Ayuso.
El conflicto sobre el decreto-ómnibus marca en este sentido un punto de no-retorno. Lo deja claro en el discurso de Valencia, donde el apoyo a su dirigente autonómico se convierte en una declaración de guerra al PP y en la exaltación definitiva de su omnipotencia. Más allá de la distinción entre progresistas y reaccionarios, Sánchez cava un foso entre «la parte correcta de la historia», definida por Él, y los enemigos del pueblo, la oposición satanizada como «peligro público».
Por eso ya está en campaña electoral permanente para eliminarla e instaurar su dominio sin límite temporal «más allá» de 2027. No la victoria del PSOE como partido, sino de sus peones en el PSOE. La ofensiva comprende las movilizaciones ridículas de los sindicatos contra la oposición de este domingo, signo de un ataque en todos los frentes. Al enemigo «ni el pan ni la sal», que decía Franco.
Como complemento, Óscar López nombra número dos a una colaboradora del fiscal general en su hazaña, mientras García Ortiz encabeza el no reconocimiento de los magistrados al negarse a contestar a los mismos en sus declaraciones. Rige el principio de impunidad autodeclarada para el delito, cuando este pudo haberse cometido por el gobierno y los suyos.
La obsesión por afirmar su poder, con su correlato, la voluntad de destruir al adversario, visto como enemigo y personificación del Mal, nos conduce, desbordando a una simple dictadura, a un designio estrictamente fascista, de absoluta originalidad, porque ya no sería un régimen reaccionario de masas, sino centrado exclusivamente en Él. El cuadro de Dalí ilustra la absurda pesadilla política que la ambición de un hombre nos hace vivir.
Paciencia mucha, esperanza solo en uno mismo y confianza en la vida también
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